22/02/2013
Guapo y carismático, Luis Armando Soto se convirtió en el segundo púgil de Catamarca en conquistar una corona argentina el 27 de febrero de 1987, en Mar del Plata.
“Luego de 26 años de sequía, el “Japonés" Soto se encargó de entregarnos el segundo título nacional. Figura carismática y con un enorme poder de convocatoria popular.
Pasó más de un cuarto de siglo (26 años, con exactitud) para que Catamarca tuviera su segundo campeón argentino profesional. El 27 de febrero de 1987, en el ring del Centro Nacional de Educación Física N° 1 de Mar del Plata (Buenos Aires), Luis Armando Soto se consagraba titular nacional de los ligeros al derrotar por KOT en el undécimo asalto al jujeño Jesús Eugenio Romero. Dos años antes, en nuestra ciudad, Romero había malogrado el primer intento de Soto de acaparar el cinturón de las 135 libras, al derrotado por puntos en el estadio Polideportivo Capital. En esa oportunidad, vino a San Fernando del Valle el promotor porteño Juan Carlos Lectoure; el presidente de la Federación Argentina de Boxeo (FAB), José González, y el entonces secretario de esa entidad madre, Osvaldo Bisbal, invitados en forma especial por Federico Raúl Argerich. Lectoure y González fallecieron y en la actualidad Bisbal es el "mandamás" de la FAB, heredando con absoluta legitimidad el trono que perteneciera a inolvidables dirigentes como Ícaro Frusca.
En Mar del Plata, Soto se despachó con una actuación realmente espectacular, pulverizando todos los pronósticos de los especializados, que daban a Romero como claro favorito. Dirigido desde uno de los vértices del cuadrado por el mendocino Roberto Alejandro Mema, quien contó con el invalorable aporte de Oscar "Cachín" Díaz, el crédito del barrio Los Ejidos hizo un combate inteligente, llevándose por delante a un sorprendido campeón que, con el paso de los rounds, fue cediendo terreno frente a los embates del retador. Alentado por una numerosa y bullanguera barra, que arribó procedente de Catamarca, Soto agigantó su producción boxística y, como lo puntualizara en mis comentarios periodísticos, finalmente terminó "descifrando el jeroglífico" que significaba para él su contrincante, un zurdo complicado, de raro estilo, pupilo del legendario Santos Zacarías. Esta vez, el triunfo de Luis Armando Soto pudo ser visualizado a través de la televisión por nuestros aficionados, que a su regreso le tributaron un enorme recibimiento, sólo reservado a los héroes del deporte.
Recuerdo con profunda emoción que en esa cobertura periodística estuve acompañado por el desaparecido colega y amigo Osvaldo Antonio Molas ("Comino"), un fanático del boxeo y de Carlos Gardel, y el reportero gráfico José Nicolás Balverdi ("Cachencho"). Asimismo, es menester destacar que en la misma reunión por el título peleó en una de las preliminares Miguel Fabián Arévalo, quien emergía con luces propias en su calidad de avezado amateur. También aparecieron en escena Rafael Abel Maldonado (promotor nacido en Tucumán) y el Dr. Alberto Trezza (fue apoderado del ex campeón mundial de los supergallos Sergio Víctor Palma), los cuales mucho tuvieron que ver con el tremendo impulso que se le dio al pugilismo lugareño en los años posteriores. Juan Carlos Farías fue otro de los promotores que aportó lo suyo durante esa época, respaldando al púgil profesional Mario Arréguez ("Mono”) y organizando festivales de muy buen nivel, tanto en lo profesional cuanto en lo amateur. Detrás de él se movieron casi siempre los hermanos Abel y Hugo Villagra, quienes financiaron muchos de estos emprendimientos, con presentaciones en nuestro medio de los ex campeones argentinos Víctor Echegaray, Julio César Saba y Rodolfo Rodríguez, entre otros.
Tal cual sucediera con Oscar Díaz, Soto también contó con el invalorable respaldo de Argerich, quien había retornado por esos años a la actividad, fijando como centro de sus operativos el viejo estadio al aire libre de la Sociedad Unión Obrera de Socorros Mutuos, de calle Sarmiento al 800.
Argerich fue acompañado en esta nueva etapa dirigencial por Ramón Fernando Berrendo y un grupo de amigos, quienes se empecinaron en reflotar la figura del legendario promotor local, alejado del medio por serios problemas de salud. Desde este histórico lugar se lanzaron a la consideración pública numerosos valores de la talla de Soto, Jorge Rubén Ávila, Sergio Oscar Arréguez, Miguel Fabián Arévalo y Carlos Andrés Ponce ("El Torito de Miraflores"), convertidos todos ellos con el paso del tiempo en profesionales. Los entrenadores estables eran Oscar Díaz, Roberto Alejandro Mema y Luis Alberto Bazán ("Fiero"). Precisamente este último fue el hombre encargado de dirigir a Soto en el mencionado primer intento de lograr el cinturón argentino de los livianos ante el jujeño Romero, convirtiéndose finalmente en un árbitro de sólida personalidad, siguiendo los pasos de Pedro Simón Robledo.
En el trayecto hacia la corona argentina profesional de los livianos, Luis Armando Soto, quien vino al mundo el 21 de octubre de 1959 en nuestra ciudad Capital (erigiéndose de esta forma en el primer campeón nacido de esta tierra ambateña), debió sortear un montón de obstáculos. Integrante de una familia numerosa (siete hermanos, de los cuales el único varón es Hugo Rafael), cuyas cabezas eran Dilio Candelario Soto y Nelly Gualberta Maldonado, Soto siempre expresó que se hizo boxeador para darle el gusto a su viejo, un frustrado púgil a raíz de la fuerte oposición de su madre de permitirle subir a un cuadrado. Tras ser encaminado en la especialidad por el ex púgil Reimundo Arias, quien trabajaba por aquellos años en el improvisado gimnasio del Red Star BBC, Soto debutó en calidad de aficionado en la ciudad de Tinogasta (Catamarca) noqueando en el primer asalto a Daniel Barros. La despedida como aficionado fue ante el tucumano René Plaza, el 17 de octubre de 1980, en una pelea que quedó sin decisión a raíz de la lluvia que se desató sobre el ring al aire libre de la Unión Obrera, y que obligó al árbitro Pedro Simón Robledo a suspender las acciones en el cuarto capítulo.
Fue campeón del NOA junto a otros tres catamarqueños: Carlos Andrés Ponce, Adrián Cárdenas y José Alberto Navarro ("Yoyi"), en uno de los tantos certámenes regionales que organizó Argerich. Ídolo indiscutido del público catamarqueño, supo ganarse sus buenos mangos en el campo amateur, debido al gran poder de convocatoria que ya comenzaba a tener en el medio.
Como sucede en estos casos, la mayoría iba a verlo ganar, en tanto los menos siempre esperaron la oportunidad de verlo caer derrotado, para "fundamentar" sus opiniones respecto a que Luis Armando Soto ("El Japonés") sólo era un "invento" de Leo Romero. El tiempo se encargó de darme la razón: fue campeón profesional fuera de la provincia, a más de mil kilómetros de su casa, demostrando que tenía pasta de crack.
Su bautismo como rentado lo realizó el 8 de junio de 1981. Superando en fallo unánime al tucumano Juan Francisco Herrera, iniciando una serie de victorias (con varios nocauts y una lista de "víctimas" que integraron, entre otros, el entrerriano Rubén Gerónimo Riani, el rosarino Carlos Ornar Almada y el cordobés Daniel Bernabé Murúa) que al año siguiente el cordobés Ramón Argentino Mirabal se encargó de ponerle final, batiéndolo por nocaut en el quinto asalto, el viernes 26 de marzo en las instalaciones del Red Star BBC. "Mirabal noqueó a la sombra de Soto", titulé en el diario La Unión en un comentario donde resalté que nuestro púgil "subió a combatir muerto física, anímica y espiritualmente. Dejándose llevar por su incontrolable temperamento de fajador, avanzó a tontas y ciegas tratando de definir por la vía rápida, y ahí puede hallarse la explicación justa para calificar esta decepcionante performance del pupilo de Oscar "Cachín Díaz". Como si estuviera en otro mundo, sin ideas claras, Soto fue presa fácil del sólido trabajo contragolpeador de Mirabal, que en el quinto round metió dos o tres manos al rostro de su rival, quien recorrió casi todo el perímetro del ring y se fue al piso. Tras los ocho de protección se levantó tambaleante, prácticamente groggy, más por instinto que por otra cosa.
Ahí debió volar la toalla o interponerse el árbitro Pedro Simón Robledo, pero nada de eso sucedió. Mirabal aprovechó la situación y culminó su obra rematando a Soto con sendos mandobles a la zona alta. Nocaut inapelable.
Sin el martirizante invicto en sus manos, Soto esperó ansiosamente la revancha con Mirabal. Argerich se fue a Córdoba para hablar personalmente con el púgil, mediación de su colega Rubén Roiz de por medio.
Mirabal se despachó con un suculento requerimiento dinerario para venir a Catamarca a darle el desquite, y Argerich no tuvo otra opción que meter la mano en el bolsillo para pagarle la diferencia. De esta manera, el viernes 13 de agosto de 1982, en el cuadrilátero del Tinglado del Poncho (Colón y Ministro Dulce), se escenificó la ansiada vindicta. En una encarnizada batalla, con el público local reventando las instalaciones y un clima irrespirable por el humo de los cigarrillos, Soto se tomó venganza ganándole al cordobés por abandono en el noveno acto. La primera parte de la lucha fue complicada para el catamarqueño, que recibió varios envíos netos a la zona alta que incluso llegaron a conmoverlo, pero a partir del séptimo asalto las cosas se volcaron a favor de Soto. Cansado, exhausto y sin poder contener el ataque persistente del local, Mirabal decidió no salir a pelear en el noveno. Pleito liquidado... ya otra cosa.
Después vendría la recuperación de Soto con dos triunfos seguidos ante el ex campeón argentino y sudamericano de los livianos juniors, Pedro Armando Gutiérrez, la fallida intentona ante Romero por el título nacional el 20 de septiembre de 1985 (cayó por puntos) y la obtención de la corona en Mar del Plata dos años después. El 16 de octubre de 1987 Luis Armando Soto, quien había contraído matrimonio con Zulema Moya, resigna el cetro de los ligeros frente al atrevido zurdo cordobés Alberto de las Mercedes Cortés, quien lo noqueó en el tercer acto en el estadio municipal del barrio de Vargas de la ciudad de La Rioja, combate que relaté para la televisión local, acompañado en los comentarios por el médico Julio Guillermo Voget, quien fue periodista deportivo mientras estuvo estudiando en la ciudad de Córdoba. Antes de colgar los guantes llegó a medirse con el mismísimo Adolfo Arce Rossi (16 de enero de 1990), a quien venció por puntos en fallo dividido. Había subido de categoría y sólo deseaba seguir dando todo lo que podía a sus fieles seguidores.
No puedo dejar pasar por alto, asimismo, el combate que Soto protagonizó -promediando su carrera rentada- con el estilista mendocino José Ramón Sánchez, con quien hizo draw en diez capítulos en el estadio del Red Star BBC. Fue un verdadero peleón, ya que la contienda estuvo precedida por un inusual operativo publicitario, debido a que ambos eran en esos momentos los dos mejores valores profesionales de la división ligera en nuestro medio. Propietario de una depurada línea técnica, donde la defensa y el contragolpe eran sus sostenes básicos, Sánchez se erigió en un hueso muy duro de roer para las aspiraciones del ascendente Soto. En mi tarjeta lo vi ganador al cuyano -radicado en Catamarca- por apenas un punto de diferencia, pero los jurados se inclinaron por la igualdad. Roberto Alejandro Mema asistió a Sánchez desde uno de los corners del cuadrilátero, en tanto que Oscar Díaz dirigió a Soto. Una página saliente en lo que hace a espectáculos de alto voltaje técnico, táctico y emotivo.
En torno al morocho peleador de Los Ejidos existe un episodio que sólo muy pocos conocen, por haber sido testigos presenciales del mismo, y que hoy quiero contárselo a usted. Cuando Soto estaba preparándose para el segundo choque con Romero por el cetro argentino, bajo la tutela técnica de Mema y la colaboración en calidad de sparrings del mendocino Esteban Bustos y el porteño Miguel Ángel Francia, una tarde en el gimnasio de la Unión Obrera de Socorros Mutuos hizo guantes con Miguel Fabián Arévalo, alumno dilecto de Oscar Díaz. Hubo un pacto previo entre dos caballeros: trabajo liviano y sin calenturas. En un momento dado, fieles a sus avasallantes personalidades y fuerte temperamento, los muchachos aceleraron sus motores y comenzaron a darse como en la guerra. De pronto, Soto descuidó su defensa y Arévalo lo tomó con un certero uppercut de derecha que se clavó en el mentón del rival. Soto acusó el efecto del impacto y se recostó sobre las cuerdas del ring, al tiempo que Mema y Díaz se interponía entre ellos.
Final del entrenamiento y una fuerte reprimenda de Díaz para Arévalo, quien aún era amateur pero se bancaba todo lo que tenía al frente en los guanteos. Los entrenadores me pidieron que no dijera nada públicamente y cumplí con la palabra empeñada. Sólo pretendían cuidar la imagen del hombre que estaba a punto de viajar a Mar del Plata.
Teniendo como maestros a Luis Alberto Bazán, Santiago Luis Antonio Tapia ("El Piji" Bordón, como se lo conocía por entonces, período en el que utilizó el apellido de su padre), Bernardo Medina, Oscar Díaz y Roberto Alejandro Mema, el sucesor de "Cachín" Díaz me confesó personalmente que su modelo boxístico fue Tapia, a quien siempre admiró por su exquisito estilo y su particular forma de desplazarse sobre el entarimado. En honor a la verdad, Tapia -o Bordón, como usted quiera identificarlo- fue un excelente boxeador amateur, hecho a la medida del recordado adiestrador Atilio Godoy ("Pipo"), un verdadero padre para él. Lamentablemente, no pudo convertirse en profesional porque careció del necesario respaldo económico.
Al alejarse de los rings, Luis Armando Soto se convirtió en un exitoso entrenador. Condujo por varios años a su hermano menor, Hugo Rafael Soto, con quien obtuvo las coronas argentina, sudamericana, intercontinental y mundial (de la desaparecida y efímera Asociación Universal de Boxeo) de los moscas, y las fajas argentina y latina de los gallos.
Por Leo Romero
(Texto extraído del libro “Boxeo, un deporte que inundó de gloria a Catamarca” del año 2003)
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